Jorge Lanata
Algunas preguntas y muy pocas respuestas posteriores al acto de la plaza: La negociación campo-gobierno se convirtió en un diálogo de sordos: ya no sólo parecen discutir sobre las retenciones sino toda la política agropecuaria, y quieren hacerlo en diez minutos. Si esto es así, significa que nunca antes, en cinco años, discutieron política agropecuaria alguna.
Me parece lamentable que la única manera de hacer política de los últimos diez años sea la acción directa: cortar la calle. No creo que haya cortes buenos y cortes malos, ni cortes blancos o cortes negros, y ojalá hubiera más imaginación, en medio de la crisis, para hacer política de un modo más democrático y efectivo.
No hubo, no hay, no habrá posibilidad alguna de un golpe de Estado en la Argentina. Costó treinta mil muertos que esto fuera así, pero ya lo es y no va a cambiar, afortunadamente. El argumento oficial del golpe de Estado es patético y falaz; tan falaz y patético como la acusación de golpistas a los cacerolazos, más allá de que personajes como Pando y otros se mezclaran entre los ruidos de aluminio.
El miedo del gobierno a los cacerolazos es el miedo a una promesa incumplida y desconocida: ningún miembro de la clase polìtica pagó la deuda de 2001. Nadie se fue, todos se quedaron y temen que, algún día, anónimos con cacerolas pasen a cobrar.
El gobierno maneja el aparato represivo, puede dictar medidas de todo tipo y tiene mayoría en ambas cámaras; es muy probable que gane esta pulseada con el campo. Pero debería advertir que gana una parte; hay en esta pelea una derrota de fondo que es haber vuelto veinticinco años atrás, a un estúpido enfrentamiento peronistas-gorilas que perjudica a todos.
La presidenta calificó la conducta del campo como “un ataque al pueblo, a la Argentina”. ¿Por qué una medida de gobierno es la Argentina? ¿Por qué las retenciones significan la Nación? Con ese criterio, nadie jamás podría oponerse a nada: todo escrito del Ejecutivo tendría el peso fundacional de una encíclica civil. El aumento de las retenciones es, solamente, una medida. Una pequeña medida –justa o injusta, lo mismo da– que no representa de ningún modo a la Nación.
“Nunca vi tantos ataques a un gobierno popular”, dijo Cristina. Olvidó, por ejemplo y para citar sólo los últimos 25 años, los meses finales del gobierno de Alfonsín, la salida de Menem de su segundo mandato, el febril período de los presidentes diarios, etc., etc., etc.
El constante recuerdo de la presidenta del “pasado que quiere volver” es falso y divisionista. Cuando en mayo de 1987 fundamos Página/12 decíamos que íbamos a ser el único diario que no saliera a la calle durante un golpe militar. Aquello, que parecía una diferencia menor, era esencial: el resto de los diarios (Clarín, La Nación y La Razón) no sólo habían seguido publicando sino que llevaron adelante bajo la venia castrense grandes negocios que hoy continúan: Papel Prensa, por ejemplo.
Estos medios fueron luego favorecidos por el actual gobierno con concesiones de radio y televisión, monopolios del cable y todo tipo de negocios ventajosos. Es curioso que ahora sea el mismo gobierno que les permitió crecer el que se enoje con las caricaturas de Sábat, como si enojarse con una caricatura fuera una actitud adulta.
“El 24 de febrero de 1976 también hubo un lock out patronal del campo”, recordó la presidenta como si la historia pudiera calcarse con papel manteca y los contextos no existieran. Pero su discurso fue peor: “Esta vez los acompañaron los generales mediáticos, que han hecho lock out a la información”. Traducción rápida: hoy los golpistas son los diarios. Diarios que –a excepción de Perfil y de Crítica de la Argentina– el gobierno tapa cada día con avisos oficiales. Una especie de golpismo financiado por la democracia, ¿no?
El discurso de Cristina llegó al paroxismo cuando les pidió, también a los medios, que “no diferencien entre los colores de piel” y que no dividan a los argentinos. Todo es tan vertiginoso que me perdí la parte en la que D’Elía estudió periodismo.
El gobierno debe creer que una concentración con gran parte de militantes rentados, llevados en micros ad hoc y con la vianda de rigor, sirve de algún modo para consolidar la democracia. Personalmente, creo que la democracia se consolida gobernando, sin doble discurso y sin subsidios o negocios propios o para los amigos.
¿Qué significan cien mil personas en la plaza en el siglo XXI? Si se lo mide en rating, es poco más un punto, en una televisión en la que los programas de menos de veinte son condenados al fracaso. Si lo medimos en público neto (con el criterio de “a ver quién la tiene mas larga”) fue menos de la mitad del público del telepredicador Luis Palau. ¿Palau tendría, entonces, el doble de razón?
El gobierno no es la Argentina. El gobierno gobierna la Argentina. Está, temporalmente, a cargo del Estado. Debe cumplir con una serie de obligaciones para hacerlo: respetar el resto de los poderes, no influir a los jueces, no gobernar por decreto de necesidad y urgencia en el legislativo, etc., etc.
—Cristina lee demasiado los diarios –me decía un amigo al finalizar el discurso.
—Haría mejor en leer algunos clásicos. Viviría más tranquila.
—Puede ser –le dije yo.
Fuente: diario Crítica de la Argentina, 02.04.2008.
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