Un amigo me dijo una vez vía e-mail: “no es en el plano discursivo donde se realizan los verdaderos cambios, sino en el vaivén cotidiano”. Yo le contesté que adhería a esto, porque en realidad veníamos discutiendo hasta dónde es más importante discurrir teóricamente sobre diversas cuestiones en vez de actuar y mostrar con los hechos lo que predicamos con la palabra. Tenemos posturas muy distintas sobre algunos temas, pero siempre me resulta particularmente interesante y rico intercambiar puntos de vista con él. El caso es que en el momento, por no alargar más el debate que probablemente no nos conduciría a ningún lado, preferí no colocar luego de mi adhesión ninguna nota de polémica, por decirlo de algún modo. He reflexionado sobre esta frase, sobre su paradoja. En realidad creo que se trata de una cuestión no lineal, sino más bien pendular, ya que si bien es cierta su afirmación, y los verdaderos cambios los realizamos los seres humanos mediante nuestras acciones concretas, no es menos real que actuamos sobre la base de discursos, es decir, movilizados por convicciones, principios, ideas que aprendimos, elegimos y asumimos, o pretendemos hacerlo, y que aplicamos en forma práctica posteriormente en nuestro vaivén cotidiano. Ahora bien, los discursos, esto es, la cultura, que se forma a través de discursos, son tan importantes que de ellos dependen nuestros actos, qué tipo de vida elijamos, con qué ideas pactemos y, por lo tanto, qué postura asumamos frente a la diversidad de la realidad. Se trata de un esquema de retroalimentación entre los discursos y las acciones, o entre los discursos de las acciones y las acciones discursivas.
Todo lo cual nos lleva a reflexionar acerca del poder de la palabra y de cómo desde el lenguaje o, más bien, desde su apropiación individual en enunciados discursivos, el ser humano es capaz de conducir conciencias y de dirigir a los demás hacia donde quiere o cree sea mejor para ellos (o para el propio interés personal, en algunos casos). Los verdaderos cambios sí se realizan en el plano discursivo, en tanto y en cuanto comprendamos inteligentemente que nuestra palabra, dirigida a una gran o pequeña masa de gente, puede virar el curso de la historia, como a ciencia cierta lo ha hecho siempre. A su vez, los actos crean nuevos discursos; mediante un proceso de inducción fenomenológica, una suerte de ideario teórico emerge o resulta del análisis práctico de determinados acontecimientos desde el punto de vista sociológico, y en el cual incluyo todos los planos, o perspectivas, desde los cuales puede abordarse el estudio de la condición humana (filosófico, político, psicológico, antropológico, espiritual, emocional, etc., etc.). Así, nuevas realidades exigen nuevos discursos que buscarán explicar aquéllas y dar cuenta de algún aspecto diferente, quizás nunca antes percibido, de la complejidad humana.
MBL
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