En consonancia con el pensamiento de Barthes, Foucault y Derrida, pero en un tono más radicalizado y, en rigor, sistematizando la asistematicidad como práctica teórica para disciplinas de cualquier orden y matiz, Deleuze y Guattari introducen la noción de rizoma, sistema que dibuja un esquema abierto de posibilidades de conexión heterogénea y múltiple no sólo con distintas formas o clases de lenguajes, sino con cualquier materialidad exterior desencajada de su naturaleza específica. Se trata de unir de modo divergente, heteróclito y hasta quizás extraño códigos, palabras, gráficos, lexemas, símbolos, eslóganes, grafitis, etc., desentendiéndose (no anclándose en él) de su particular espacio de origen y sujeto de atribución, etc., “para convertirse en una de las dimensiones de la multiplicidad considerada”. Hacer rizoma con el mundo: hacer pastiche, collage de indefiniciones en constante movimiento y disposición caótica. Abolir la jerarquía: desterrar el “libro-raíz” y “el libro-raicilla”, por ser ambos versiones insistentes, reincidentes, de la postulación de lo Uno y, por tanto, de la clausura como definición absoluta. “El rizoma es una antigenealogía”. No más: Absolutismo del significado. Absolutismo del significante. Absolutismo del sentido. Absolutismo del sujeto. Absolutismo de la idea. Contra la fijación y el sedentarismo, dice Deleuze, el nomadismo incesante. Se trata de pensar el libro como una “composición maquínica”, cuyos planos, líneas, articulaciones, intersticios se perfilan como territorios de engarce con otros espacios deslindados, que tienen la propiedad de ligarse potencialmente y de forma inestable (porque siempre pueden desarmarse y rearmarse) con lo extratextual y funcionar simultáneamente. El rizoma no promueve la libertad, es la libertad misma llevada a la instancia de la producción, ya sea por parte de un escritor como por el mismo lector, el cual de ahí en más se convierte también en creador, porque no tiene el deber de sujetar su práctica de desterritorialización y reterritorialización al deseo de nadie, ni de ampararse en ninguna escuela, corriente o ideología de pensamiento que avalen su proceder lúdico al extremo. Es su propio deseo el que gobierna y esto mismo libera la imaginación y el inconsciente para conjugar y jugar con las materias más diversas y aparentemente contradictorias.
Ya no se está ante una tripartición entre un campo de realidad, el mundo, un campo de representación, el libro, y un campo de subjetividad, el autor. Sino que una composición pone en conexión determinadas multiplicidades tomadas en cada uno de estos órdenes, aunque un libro no tenga su continuación en el libro siguiente, ni su objeto en el mundo ni su sujeto en uno o varios autores.
Desde esta perspectiva, un libro entonces se halla plagado de multiplicidades rizomáticas que circulan aleatoriamente a la espera de su activación explosiva en un trazo de relaciones ilimitadas con otras composiciones. Es susceptible de conectarse con otros sistemas maquínicos literarios o no, mediante la ramificación desorbitada de sus componentes. Cada uno de los engranajes posibles generaría la ruptura o disgregación de su estructura interna (de la forma estructurante) y su inmediatamente posterior reconstrucción y, por tanto, redefinición plural. En palabras de Derrida:
¿Por qué tendría que ser ilegítimo y estar prohibido (y ¿quién decide eso?) el cruzar varios «géneros», escribir sobre la sexualidad al mismo tiempo que sobre el saber absoluto, y emparejar en él a Hegel y a Genet, un texto de tarjeta postal y una meditación (en acto, por así decirlo) sobre qué quiere decir «destinar», entre Freud y Heidegger, en un momento determinado de la historia del correo postal, de la informática y de las telecomunicaciones?
MBL
Jacques Derrida, en: Entrevista con Christian Descamps, realizada en enero de 1982 y publicada en VV.AA., Entretiens avec Le Monde, I, Philosophies, Paris, La Découverte/Journal Le Monde, 1984. Edición digital de Derrida en castellano (www.jacquesderrida.com.ar).
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