28 de abril de 2008

De los límites y otras yerbas

Quisiéramos comprender las coordenadas que nos unen a otro en los distintos momentos de la vida. Y ese querer comprender, aplicarle la lógica a algo que muy probablemente no la tenga, manifiesta el afán del ser humano por conocerlo y abarcarlo todo sin dilación, el anhelo constante de acallar su conciencia con respuestas que tal vez sirvan unos instantes para calmar nuestra ansiedad y darnos un respiro existencial. Pero en realidad, quizás lo más genuino o propio de la condición humana sea esa incertidumbre casi permamente, ese flotar sobre algo, sobre "ismos" y metafísicas que buscan anudar órdenes inmanentes en el hombre, que pretenden ligar exterior e interior, el afuera y el adentro, en una dialéctica perpetua y circulante, retroalimentación de estados o estadios del ser. ¿Cómo conciliar los espacios, los límites? Que existan en nuestro vocabulario palabras como "límite", "frontera" o "linde" es curioso. Es decir que ya en el lenguaje gravita esa conciencia de separación, de diferenciación o discriminación. Y es que existen las diferencias y, con ellas, la distancia que nos ubica en lugares disímiles. Cada uno de nosotros es un espacio de por sí, y la vida no consiste en otra cosa sino en buscarnos, explorarnos, hasta lograr, si es posible, habitarnos. Y al mismo tiempo deseamos o queremos habitar en otros. ¿Qué significa esto? Suscita una poética del encuentro. Se trata de la intrínseca necesidad humana del encuentro, en el sentido profundo del término, esa conexión íntima que puede comenzar con un cruce "fortuito" y que tiene que ver con la tal vez insaciable sed humana de comunión.


MBL

El Hombre Woyzeck*

Woyzeck, respiración entrecortada, agitación, mirada perdida, pero concentrada; ojos que miran al vacío, terror al vacío y una espalda encorvada; el hombre experimento, el hombre animal y la sociedad con su discurso falaz. Lamento hacia lo alto, repudio hacia lo bajo. Pero la tierra, la naturaleza, hermoso poema que puedes descifrar como códigos que merodean en tu espíritu. Pienso, pienso. Piensas demasiado, Woyzeck. Pero la razón entronizada, o la sinrazón. ¿Quién es el que piensa verdaderamente? La reflexión y el sentimiento lo llevas en tus ojos. ¿Quién es el loco? Woyzeck está loco, Woyzeck apesta. El crimen de un hombre versus el asesinato del Hombre aceptado por toda una sociedad que aniquila lo humano. Humano, demasiado humano. ¡Ecce homo! El animalito de la ciencia, el torturado en lo oscuro, el grito en lo secreto. Una víctima de sus instintos o un ser gritando la necedad, denunciándola. Y parámetros morales y legales inicuos, porque avalan, legitiman la crueldad en corazones de piedra y cerebros llenos de párrafos aprendidos, sin sentido, desligados de sus contenidos, mutilados, como tú en lo secreto. Y el hombre solo, el niño siempre en soledad. Sin padres, sin madres, sin hermanos. El no deseado para una sociedad mercantilista y tecnócrata. El alienado ya en su pequeñez. El buscador. Y el desencanto. Todo es nada y es más soledad.

Woyzeck, el indigente, el miserable, la naturaleza cuya irrupción debe ser apabullada. El cadáver y un rostro impávido, pétreo, acartonado. Y ningún abrazo. No se acercan, no te ven, no comprenden. Cargar con la aflicción, el yugo de una opresión interior, que es externa, sobreviene de fuera y propone la anulación del alma. ¿¡Dónde estás, hermano!? Hombres solitarios entre las máscaras de una multitud sedienta de deseo, rebalsada de instinto y sentidos, cosificada de sentimientos.

Woyzeck apesta a crimen, a diferencia, a rebeldía a corazón abierto. Su hedor de muerte irrumpe violentamente en la buena conciencia de los individuos. Woyzeck es un espejo. Imagen refractada de lo terrible. Esperpento de la realidad. Subversivo por sentir y por pensar, por poseer una clarividencia subversiva. Es el hombre que no sabe y no actúa. No sabe, no razona como ellos, no cree en lo que ellos. No actúa, no se desenvuelve en la sociedad como ellos, no se comporta como ellos. Pero sabe, reflexiona. Pero actúa, mata, y antes ya lo han asesinado. Ellos.

El infierno es frío, el infierno es helado. La tierra es un infierno; los hombres, seres congelados. Corazones de hielo. Momias lascivas en un aquelarre de lujuria. La luz es intensa. Rojo sangre: Labios rojos: Sexo atropellado. Un niño. El hombre como un niño solitario que busca a Dios. Dejen que los niños vengan a mí. ¿Quién es, cómo es Dios? Toda autoridad es opresiva. Aprendemos a servir como esclavos, hay que repetir, no sentir, no pensar. Piensas demasiado, Woyzeck. No hay padres ni hogares. El tiempo se acaba. Hay que trabajar, cansarse, correr, cavar y cavar, limpiar y limpiar la mugre de este mundo, cavar el corazón, que la sangre se derrame, que el calor se expanda, que el rojo inunde, bañe, tiña. Seguir, nunca detenerse. Sí, señor, a la orden, señor. Señor, Señor, ¿dónde estás? Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Hacia dónde ir? ¿De dónde vendrá la liberación? ¿Es hacia fuera, es hacia dentro el camino? Cavamos una fosa en el cielo. En el cielo tendremos que servir a los ángeles. ¿Es que nunca nos desharemos de las cadenas? Aprende, repite: un hombre virtuoso es eso, un hombre con buena conciencia. La virtud es virtud. Sí, señor, pero la naturaleza aflora, señor. No puedo más, señor, no resisto, no... ¿Oh Dios, por qué me has abandonado?

MBL


*
Este pequeño texto está inspirado en la puesta en escena de Woyzeck, de Georg Büchner, llevada a cabo en el Teatro San Martín, allá por junio de 2006, en una versión de Ricardo Ibarlucía, dirigida por Emilio García Wehbi. Las frases en itálica reproducen textualmente, muchas de ellas, las que componen la obra del autor y/o de su adaptación, y algunas otras son de público conocimiento.

20 de abril de 2008

La máquina rizomática

En consonancia con el pensamiento de Barthes, Foucault y Derrida, pero en un tono más radicalizado y, en rigor, sistematizando la asistematicidad como práctica teórica para disciplinas de cualquier orden y matiz, Deleuze y Guattari introducen la noción de rizoma, sistema que dibuja un esquema abierto de posibilidades de conexión heterogénea y múltiple no sólo con distintas formas o clases de lenguajes, sino con cualquier materialidad exterior desencajada de su naturaleza específica. Se trata de unir de modo divergente, heteróclito y hasta quizás extraño códigos, palabras, gráficos, lexemas, símbolos, eslóganes, grafitis, etc., desentendiéndose (no anclándose en él) de su particular espacio de origen y sujeto de atribución, etc., “para convertirse en una de las dimensiones de la multiplicidad considerada”[1]. Hacer rizoma con el mundo[2]: hacer pastiche, collage de indefiniciones en constante movimiento y disposición caótica. Abolir la jerarquía: desterrar el “libro-raíz”[3] y “el libro-raicilla”[4], por ser ambos versiones insistentes, reincidentes, de la postulación de lo Uno y, por tanto, de la clausura como definición absoluta. “El rizoma es una antigenealogía”[5]. No más: Absolutismo del significado. Absolutismo del significante. Absolutismo del sentido. Absolutismo del sujeto. Absolutismo de la idea. Contra la fijación y el sedentarismo, dice Deleuze, el nomadismo[6] incesante. Se trata de pensar el libro como una “composición maquínica”[7], cuyos planos, líneas, articulaciones, intersticios se perfilan como territorios de engarce con otros espacios deslindados, que tienen la propiedad de ligarse potencialmente y de forma inestable (porque siempre pueden desarmarse y rearmarse) con lo extratextual y funcionar simultáneamente. El rizoma no promueve la libertad, es la libertad misma llevada a la instancia de la producción, ya sea por parte de un escritor como por el mismo lector, el cual de ahí en más se convierte también en creador, porque no tiene el deber de sujetar su práctica de desterritorialización y reterritorialización[8] al deseo de nadie, ni de ampararse en ninguna escuela, corriente o ideología de pensamiento que avalen su proceder lúdico al extremo. Es su propio deseo el que gobierna y esto mismo libera la imaginación y el inconsciente para conjugar y jugar con las materias más diversas y aparentemente contradictorias.


Ya no se está ante una tripartición entre un campo de realidad, el mundo, un campo de representación, el libro, y un campo de subjetividad, el autor. Sino que una composición pone en conexión determinadas multiplicidades tomadas en cada uno de estos órdenes, aunque un libro no tenga su continuación en el libro siguiente, ni su objeto en el mundo ni su sujeto en uno o varios autores.[9]


Desde esta perspectiva, un libro entonces se halla plagado de multiplicidades rizomáticas que circulan aleatoriamente a la espera de su activación explosiva en un trazo de relaciones ilimitadas con otras composiciones. Es susceptible de conectarse con otros sistemas maquínicos literarios o no, mediante la ramificación desorbitada de sus componentes. Cada uno de los engranajes posibles generaría la ruptura o disgregación de su estructura interna (de la forma estructurante) y su inmediatamente posterior reconstrucción y, por tanto, redefinición plural. En palabras de Derrida:


¿Por qué tendría que ser ilegítimo y estar prohibido (y ¿quién decide eso?) el cruzar varios «géneros», escribir sobre la sexualidad al mismo tiempo que sobre el saber absoluto, y emparejar en él a Hegel y a Genet, un texto de tarjeta postal y una meditación (en acto, por así decirlo) sobre qué quiere decir «destinar», entre Freud y Heidegger, en un momento determinado de la historia del correo postal, de la informática y de las telecomunicaciones?[10]


MBL


[1] Deleuze, G. y Guattari, F., Rizoma, México, Ediciones Coyoacán, 2001, p. 35.

[2] Ibídem, p. 19.

[3] Ibídem, p. 9.

[4] Ibídem, p. 10.

[5] Ibídem, p. 34.

[6] Ibídem, p. 36.

[7] Ibídem, p. 8.

[8] Ibídem, p. 19-20.

[9] Ibídem, p. 35.

[10] Jacques Derrida, en: Entrevista con Christian Descamps, realizada en enero de 1982 y publicada en VV.AA., Entretiens avec Le Monde, I, Philosophies, Paris, La Découverte/Journal Le Monde, 1984. Edición digital de Derrida en castellano (www.jacquesderrida.com.ar).

Los discursos y las acciones

Un amigo me dijo una vez vía e-mail: “no es en el plano discursivo donde se realizan los verdaderos cambios, sino en el vaivén cotidiano”. Yo le contesté que adhería a esto, porque en realidad veníamos discutiendo hasta dónde es más importante discurrir teóricamente sobre diversas cuestiones en vez de actuar y mostrar con los hechos lo que predicamos con la palabra. Tenemos posturas muy distintas sobre algunos temas, pero siempre me resulta particularmente interesante y rico intercambiar puntos de vista con él. El caso es que en el momento, por no alargar más el debate que probablemente no nos conduciría a ningún lado, preferí no colocar luego de mi adhesión ninguna nota de polémica, por decirlo de algún modo. He reflexionado sobre esta frase, sobre su paradoja. En realidad creo que se trata de una cuestión no lineal, sino más bien pendular, ya que si bien es cierta su afirmación, y los verdaderos cambios los realizamos los seres humanos mediante nuestras acciones concretas, no es menos real que actuamos sobre la base de discursos, es decir, movilizados por convicciones, principios, ideas que aprendimos, elegimos y asumimos, o pretendemos hacerlo, y que aplicamos en forma práctica posteriormente en nuestro vaivén cotidiano. Ahora bien, los discursos, esto es, la cultura, que se forma a través de discursos, son tan importantes que de ellos dependen nuestros actos, qué tipo de vida elijamos, con qué ideas pactemos y, por lo tanto, qué postura asumamos frente a la diversidad de la realidad. Se trata de un esquema de retroalimentación entre los discursos y las acciones, o entre los discursos de las acciones y las acciones discursivas.

Todo lo cual nos lleva a reflexionar acerca del poder de la palabra y de cómo desde el lenguaje o, más bien, desde su apropiación individual en enunciados discursivos, el ser humano es capaz de conducir conciencias y de dirigir a los demás hacia donde quiere o cree sea mejor para ellos (o para el propio interés personal, en algunos casos). Los verdaderos cambios sí se realizan en el plano discursivo, en tanto y en cuanto comprendamos inteligentemente que nuestra palabra, dirigida a una gran o pequeña masa de gente, puede virar el curso de la historia, como a ciencia cierta lo ha hecho siempre. A su vez, los actos crean nuevos discursos; mediante un proceso de inducción fenomenológica, una suerte de ideario teórico emerge o resulta del análisis práctico de determinados acontecimientos desde el punto de vista sociológico, y en el cual incluyo todos los planos, o perspectivas, desde los cuales puede abordarse el estudio de la condición humana (filosófico, político, psicológico, antropológico, espiritual, emocional, etc., etc.). Así, nuevas realidades exigen nuevos discursos que buscarán explicar aquéllas y dar cuenta de algún aspecto diferente, quizás nunca antes percibido, de la complejidad humana.

MBL

2 de abril de 2008

Gobierno vs. Campo

Preguntas

Jorge Lanata

Algunas preguntas y muy pocas respuestas posteriores al acto de la plaza: La negociación campo-gobierno se convirtió en un diálogo de sordos: ya no sólo parecen discutir sobre las retenciones sino toda la política agropecuaria, y quieren hacerlo en diez minutos. Si esto es así, significa que nunca antes, en cinco años, discutieron política agropecuaria alguna.
Me parece lamentable que la única manera de hacer política de los últimos diez años sea la acción directa: cortar la calle. No creo que haya cortes buenos y cortes malos, ni cortes blancos o cortes negros, y ojalá hubiera más imaginación, en medio de la crisis, para hacer política de un modo más democrático y efectivo.
No hubo, no hay, no habrá posibilidad alguna de un golpe de Estado en la Argentina. Costó treinta mil muertos que esto fuera así, pero ya lo es y no va a cambiar, afortunadamente. El argumento oficial del golpe de Estado es patético y falaz; tan falaz y patético como la acusación de golpistas a los cacerolazos, más allá de que personajes como Pando y otros se mezclaran entre los ruidos de aluminio.
El miedo del gobierno a los cacerolazos es el miedo a una promesa incumplida y desconocida: ningún miembro de la clase polìtica pagó la deuda de 2001. Nadie se fue, todos se quedaron y temen que, algún día, anónimos con cacerolas pasen a cobrar.
El gobierno maneja el aparato represivo, puede dictar medidas de todo tipo y tiene mayoría en ambas cámaras; es muy probable que gane esta pulseada con el campo. Pero debería advertir que gana una parte; hay en esta pelea una derrota de fondo que es haber vuelto veinticinco años atrás, a un estúpido enfrentamiento peronistas-gorilas que perjudica a todos.
La presidenta calificó la conducta del campo como “un ataque al pueblo, a la Argentina”. ¿Por qué una medida de gobierno es la Argentina? ¿Por qué las retenciones significan la Nación? Con ese criterio, nadie jamás podría oponerse a nada: todo escrito del Ejecutivo tendría el peso fundacional de una encíclica civil. El aumento de las retenciones es, solamente, una medida. Una pequeña medida –justa o injusta, lo mismo da– que no representa de ningún modo a la Nación.
“Nunca vi tantos ataques a un gobierno popular”, dijo Cristina. Olvidó, por ejemplo y para citar sólo los últimos 25 años, los meses finales del gobierno de Alfonsín, la salida de Menem de su segundo mandato, el febril período de los presidentes diarios, etc., etc., etc.
El constante recuerdo de la presidenta del “pasado que quiere volver” es falso y divisionista. Cuando en mayo de 1987 fundamos Página/12 decíamos que íbamos a ser el único diario que no saliera a la calle durante un golpe militar. Aquello, que parecía una diferencia menor, era esencial: el resto de los diarios (Clarín, La Nación y La Razón) no sólo habían seguido publicando sino que llevaron adelante bajo la venia castrense grandes negocios que hoy continúan: Papel Prensa, por ejemplo.
Estos medios fueron luego favorecidos por el actual gobierno con concesiones de radio y televisión, monopolios del cable y todo tipo de negocios ventajosos. Es curioso que ahora sea el mismo gobierno que les permitió crecer el que se enoje con las caricaturas de Sábat, como si enojarse con una caricatura fuera una actitud adulta.
“El 24 de febrero de 1976 también hubo un lock out patronal del campo”, recordó la presidenta como si la historia pudiera calcarse con papel manteca y los contextos no existieran. Pero su discurso fue peor: “Esta vez los acompañaron los generales mediáticos, que han hecho lock out a la información”. Traducción rápida: hoy los golpistas son los diarios. Diarios que –a excepción de Perfil y de Crítica de la Argentina– el gobierno tapa cada día con avisos oficiales. Una especie de golpismo financiado por la democracia, ¿no?
El discurso de Cristina llegó al paroxismo cuando les pidió, también a los medios, que “no diferencien entre los colores de piel” y que no dividan a los argentinos. Todo es tan vertiginoso que me perdí la parte en la que D’Elía estudió periodismo.
El gobierno debe creer que una concentración con gran parte de militantes rentados, llevados en micros ad hoc y con la vianda de rigor, sirve de algún modo para consolidar la democracia. Personalmente, creo que la democracia se consolida gobernando, sin doble discurso y sin subsidios o negocios propios o para los amigos.
¿Qué significan cien mil personas en la plaza en el siglo XXI? Si se lo mide en rating, es poco más un punto, en una televisión en la que los programas de menos de veinte son condenados al fracaso. Si lo medimos en público neto (con el criterio de “a ver quién la tiene mas larga”) fue menos de la mitad del público del telepredicador Luis Palau. ¿Palau tendría, entonces, el doble de razón?
El gobierno no es la Argentina. El gobierno gobierna la Argentina. Está, temporalmente, a cargo del Estado. Debe cumplir con una serie de obligaciones para hacerlo: respetar el resto de los poderes, no influir a los jueces, no gobernar por decreto de necesidad y urgencia en el legislativo, etc., etc.
—Cristina lee demasiado los diarios –me decía un amigo al finalizar el discurso.
—Haría mejor en leer algunos clásicos. Viviría más tranquila.
—Puede ser –le dije yo.
Fuente: diario Crítica de la Argentina, 02.04.2008.