Quisiéramos comprender las coordenadas que nos unen a otro en los distintos momentos de la vida. Y ese querer comprender, aplicarle la lógica a algo que muy probablemente no la tenga, manifiesta el afán del ser humano por conocerlo y abarcarlo todo sin dilación, el anhelo constante de acallar su conciencia con respuestas que tal vez sirvan unos instantes para calmar nuestra ansiedad y darnos un respiro existencial. Pero en realidad, quizás lo más genuino o propio de la condición humana sea esa incertidumbre casi permamente, ese flotar sobre algo, sobre "ismos" y metafísicas que buscan anudar órdenes inmanentes en el hombre, que pretenden ligar exterior e interior, el afuera y el adentro, en una dialéctica perpetua y circulante, retroalimentación de estados o estadios del ser. ¿Cómo conciliar los espacios, los límites? Que existan en nuestro vocabulario palabras como "límite", "frontera" o "linde" es curioso. Es decir que ya en el lenguaje gravita esa conciencia de separación, de diferenciación o discriminación. Y es que existen las diferencias y, con ellas, la distancia que nos ubica en lugares disímiles. Cada uno de nosotros es un espacio de por sí, y la vida no consiste en otra cosa sino en buscarnos, explorarnos, hasta lograr, si es posible, habitarnos. Y al mismo tiempo deseamos o queremos habitar en otros. ¿Qué significa esto? Suscita una poética del encuentro. Se trata de la intrínseca necesidad humana del encuentro, en el sentido profundo del término, esa conexión íntima que puede comenzar con un cruce "fortuito" y que tiene que ver con la tal vez insaciable sed humana de comunión.
MBL
1 comentario:
¿A mí me hablás? Sí, creo que a mí, a ese yo que me personaliza y que en este momento trata de seguir una lógica para pensar cuando desea actuar ante tantas cosas, reaccionar, bah.
¡Muy lindo!, sí. Muy vasto y exacto. La palabra justa que no existe. ¿Cuál es el foco? ¿En qué ponemos el acento? ¿Dónde nuestra intención y dónde nuestra intencionalidad?
Sí, redactar. Tip-tip-tip, mis dedos contra una superficie que poco a poco los va achatando. La planicie…
Amistad. Escribir no sintiendo la planicie. Mi mente que escribe a través de mis dedos algo. Un “algo” que surge y no es llano.
¿A mí me hablás? ¿Quién sos, vocecita, quién sos? Sí, a mí me decís “Dale, escribí”. Me lo decís de vez en cuando. Y yo te sigo frenéticamente golpeteando cada teclita para juntar las letritas que formen tus dichos.
Yo te sigo y se despierta en mí un sentimiento de satisfacción por haber soltado cada palabrita o cada palabrota. Jugás conmigo, lo sé. Estás ahí, inconsciente cosita, esperando que yo prepare mis dedos pequeños y mullidos para apoyarlos en el teclado y, entonces me uno a ti… entonces tip-tip-tip…
Publicar un comentario