22 de marzo de 2008

Simultaneidad

Qué terrible estar frente a la página en blanco y querer decir mil cosas y buscar continuamente, vorazmente las palabras que de algún modo van comiéndonos de a poco si no consiguen apropiarse de un lugar en el soliloquio de las oraciones. Y queremos decir, sí, es necesario, y quizás el mundo no tenga interés en oírnos, hastiado ya de tanta frase vacía o contaminada la mente de tamaña explotación de información indiscriminada. Y frente a esto, ya nada pareciera ser realmente importante. Sin querer, nos acostumbramos a la soberbia de los medios, a tener amaestrados o domesticados nuestros sentimientos, a callar el grito profundo de resistencia a una realidad superflua y desgastada. Nos callamos, silenciamos, sin percatarlo, los gestos que en verdad apelan o disparan al corazón sincero. Y ocultamos los rostros de un sufrimiento, y aceptamos la máscara para los ojos y sus lágrimas. Espectros andantes, con saco y corbata, con jean y zapatillas, con celulares que nos trasponen cada vez más de realidades circundantes. Comunicación que mutila el diálogo, que es retórica, perpetuo discurso que es preciso pronunciar si no queremos que el tiempo y el mutismo nos estrangulen con su presencia insoslayable. Y no deseamos escuchar, y cuántos oídos, cuántos ojos rugen carenciados, indigentes y hambrientos de atención personalizada, de sensibilidad, de compasión, de aprecio en un hola-cómo-estás, qué-sentís-estás-bien. Aprendemos el saludo y la respuesta, normalizamos un estatuto de la conversación y nos apartamos del sujeto-otro que también vive, también sueña, también piensa y lucha cada minuto de su existencia por estar vivo y no abandonar nunca la fe que le susurra al oído no-estás-solo, alguien preguntará mañana por vos, y verás que tu soledad es compartida. Y así, con esperanza en el porvenir, nos divorciamos del presente, y por pretender ser dioses del instante, resulta que no estamos, o sí, estamos, existimos, pero no somos. El ser se reduce a una presencia ficticia en momentos triviales, donde la realidad se mide, se determina en números, en cabecitas que uno, dos, tres, cuatro, etc. estaban el día de mi cumpleaños; pero a ver, ¿y Fulanito?, ah, no, no vino, pero sí, éramos muchos, la pasamos-de-diez; sí, sí, estoy estudiando y trabajo; ah, claro, ¿y-vos-cómo-estás-todo bien?; pero entonces volvés a tu casa, a la soledad de tu cuarto, y estás con vos mismo, y dialogás con tu corazón, con Dios..., y de repente en una noche viste a todos y no pudiste estar con nadie. Y seguiste bailando y te reíste, y estás de nuevo en tu hogar y te levantás a la mañana, murió Terri Schiavo (la-dejaron-morir), y a los pocos días, Juan Pablo II se despide del mundo terrenal; cuántos especularon con sus muertes, cuántos viven a costa de otras muertes, a costa de la muerte de otros, los otros: tus hermanos. Sí, y así te desayunás con tres secuestros, familias destrozadas, la entrega de los Oscar, y Susana que vuelve a la tele, y Marcelo, porque cómo olvidarlo, Marcelo que, sí, tiene un nuevo programa, nuevo, dicen, y también es más de lo mismo. Pero qué-se-le-va-a-hacer si tantos viven (¿viven?) de comentar y publicar lo que aquéllos hacen o dejan de hacer. Y mientras, abajo, en tu vereda, un pibe con los dedos ateridos, con sólo mate en el estómago, emigra de calle en calle, pidiendo unos centavos para completar su deficiente breakfast y fastfood que te sirven en Mc Donald´s, el trabajo es por nueve horas, y hay días que te tenés que quedar más tiempo, sí, $600 por mes; claro, si yo con eso me arreglo lo más bien, y de ahí me voy para la facultad, tengo que sacar las fotocopias de Historia, el boleto del colectivo y no, no me alcanza… No alcanza para darle a todos los que piden en la calle; está la señora en la iglesia de la calle Santa Fe que siempre lleva un rosario en la mano y se sienta a leer, esperando que alguien le cubra su necesidad gastronómica del mediodía, aunque sea. Y únicamente te enterás de algunos acontecimientos, porque no es posible abarcarlo todo, no, cómo pensarlo siquiera; la realidad se nos escapa de las manos y de los ojos y, sin embargo, en pocos minutos pretenden que te devorés las noticias del día, y mientras, al mismo tiempo, varios seres humanos mueren quemados en un boliche céntrico, y también del otro lado unos hacen la “guerra santa” y Dios es un juguete de los hombres, porque ya no más el Hombre juguete del Destino o marioneta de los olímpicos; Dios es el niño concebido que, en nombre de la sacra ciencia, es encapsulado, estudiado y mutilado. Sí, sí, señores, Humanidad, estamos trabajando para poder prevenir enfermedades terminales futuras; no es manipulación, es tecnología, siglo XXI, progreso y bienestar para todos. Y te parecen gastadas aquellas palabras, cuánto horror en busca del afanado progreso humano. Y te das cuenta de que ya no tenés palabras puras, de que todas, o casi todas, están manchadas o laceradas, horadadas por significados y contenidos pútridos que les han inyectado, y que vos también malograste con ciertos movimientos de autómata social. Y te preguntás qué haremos; habrá que extirparles lo putrefacto, el acto podrido. Y es que ya estamos agobiados de discursos efímeros, las palabras han sido violadas, birladas de su belleza, ya no transmiten lo verdadero. Y entonces pensás que está todo perdido, y no, porque seguís hablando y escribiendo y continuás la carrera contra el tiempo y la devastación interior del ser humano, y con tu genio, con tu potencia creadora, te transformás en Adán y buscás tu Eva, o en Eva y buscás tu Adán, y das nuevo color a las palabras y las desteñís de ideologismos o prejuicios, para que sólo sirvan al mundo y valgan por ellas mismas, gérmenes de epifanía emocional y trascendente.

MBL

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