23 de marzo de 2008

Cincuenta años de literatura en la Cuba de Fidel

Del fulgor a la revolución como rutina

La relación entre el Estado cubano y los intelectuales estuvo siempre marcada por la tensión entre la promoción cultural y su encorsetamiento. Apoyos, exilios y la última etapa del realismo urbano.

Hernán Brienza

Del encantamiento a la melancolía. Ése fue, previo paso por la decepción, el camino recorrido por la literatura cubana en este último medio siglo que acaba de concluir.

Atrás quedaron los días de la primavera sesentista, cuando los principales escritores e intelectuales del mundo se referenciaban en la Revolución Cubana. Tampoco se vive el acalorado debate entre los “literatos del régimen” y los exiliados. Hoy, la situación se caracteriza por un oxímoron: una quietud movilizada por ese limbo en el que la isla espera por la transición política.

Luego de la triunfal entrada de Fidel y Camilo Cienfuegos en La Habana, en los primeros días de 1959 –esa foto es, acaso, el ícono feliz de las guerrillas sudamericanas–, los escritores latinoamericanos que pujaban por el nacimiento del boom encontraron en la isla la plataforma ideal para construir un edificio cultural que se derrumbaría en la década siguiente. Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez solían pasearse por el Malecón de La Habana y participaban de cuanto acontecimiento cultural se realizara en la isla.

En esos tiempos de encantamiento, el culto al poeta y mártir de la independencia José Martí encuadraba la producción literaria de Nicolás Guillén, que en 1958 había publicado La paloma de vuelo popular; de Alejo Carpentier, padre del realismo mágico con En el reino de este mundo y subdirector de Cultura del gobierno revolucionario; del poeta Eliseo Diego; y de José Lezama Lima, el autor de Paradiso y centro del grupo Orígenes. Y desde París, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se encargaban de los apoyos de los intelectuales de la izquierda europea a la revolución naciente.

Por esos años, la narrativa y la poética isleña no sólo estaban en función de la Revolución, sino que la celebraban.

Pero en 1961, frente al endurecimiento del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba, Fidel lanzó un mensaje con el que intentó disciplinar a los escritores de la isla. En su “Mensaje a los Intelectuales” hizo la célebre advertencia: “Dentro de la Revolución, todo está permitido, contra la Revolución, ningún derecho”. La frase fue un guantazo en el rostro de la intelectualidad progresista. Y Raúl Castro fue más allá: “Deben sumarse a la milicia cultural o al realismo social, si no, la humillación y el silencio caerán sobre ellos”.

EL CASO PADILLA. A mediados de la década del sesenta, con el acercamiento definitivo de la Revolución a la Unión Soviética, se inició el proceso que los opositores denominan “estalinización” del régimen. En 1968, las condiciones se endurecieron. El poeta Herberto Padilla ganó el premio de Poesía de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) por el libro Fuera de juego, que fue considerado contrarrevolucionario.

Tres años después la relación entre gobierno e intelectualidad se resquebrajó definitivamente a partir de las acusaciones que hizo el buró político de espionaje para la CIA contra algunos escritores, entre ellos Padilla, quien fue detenido junto con su mujer, la poeta Belkis Cuza Malé. Sartre, Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, entre otros, protestaron contra la represión y la censura.

La intelectualidad progre de Occidente tenía un problema. Cansada de “tragarse sapos” –como ellos decían–, comenzaron a retirarle el apoyo al gobierno de Castro. El poeta comunista español Blas de Otero salió en defensa de Padilla. Lo mismo hizo Lezama Lima y Sartre escribió: “Una sociedad sin judíos como la de Cuba acabará por inventarlos”. Y quien hizo las veces de marrano inicial fue el propio Padilla.

Primero escribió una carta de retractación y un pedido de disculpas y luego realizó una autocrítica pública el 17 de abril de 1971. En el salón de la UNEAC –Guillén, su presidente, se enfermó y no asistió al acto–, un Padilla impotente, pusilánime, leyó su retractación y luego señaló uno a uno a los supuestos enemigos de la Revolución que estaban presentes en esa apostasía. El grotesco juicio inquisitorio no hizo otra cosa que crispar aún más la situación. La cultura cubana se iba a dividir entre escritores oficiales y disidentes, muchos de los cuales optaron por el exilio, como Guillermo Cabrera Infante, quien se convirtió en el mejor escritor del anticastrismo (Tres tristes tigres, La Habana para un infante difunto), y, posteriormente, la muy vendedora Zoé Valdés (Café Nostalgia).

El otro caso paradigmático fue el del poeta Reinaldo Arenas, perseguido por disidente y homosexual, crimen imperdonable para la Revolución. Amigo de Lezama Lima y de Virgilio Piñera, fue tachado de contrarrevolucionario por el El mundo alucinante y su obra Otra vez el mar fue destruida varias veces, por lo que tuvo que rehacerla otras tantas. Encarcelado y torturado en la prisión de El Morro entre 1974 y 1976, logró emigrar de la isla durante el éxodo de los “marielitos”, cuando en 1980 se exiliaron cerca de 125 mil cubanos.

PERESTROIKA Y DESPUÉS. Al mismo tiempo en que le ajustaba los grilletes al mundo de las ideas, Fidel declaraba que “la cultura es escudo y espada de la nación cubana”. Y en el corazón de esa estrategia bélica se ubicó la Casa de las Américas, fundada por Haydée Santamaría y actualmente conducida por el poeta Roberto Fernández Retamar, cuya función fue, en el área literaria, organizar encuentros de escritores, llamados a la solidaridad, concursos literarios, publicaciones populares. El Estado, además, se convirtió en el principal mecenas de las artes en la isla.

El otro apoyo a la nueva cultura de la Revolución fue la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, liderados en los primeros años por Nicolás Guillén y quienes llevaron adelante el debate contra el corset del realismo socialista que querían imponer los sectores burocráticos más cercanos a la alianza con la Unión Soviética.

Tras el discurso de 1961, Castro dio rienda libre en la isla a un sistema editorial que promovió la publicación de libros y la lectura masiva; a un complejo de institutos de enseñanza artística de altísimo rigor, y de casas de la cultura que se extendían territorialmente a lo largo del país. Los resultados de esa política cultural quedan plasmados en las estadísticas oficiales. Por ejemplo, en 2003, se publicaron cerca de 900 títulos originales de libros por un total de 6.700.000 ejemplares.

A eso hay que sumarle la célebre Feria Internacional del Libro de La Habana, que, si bien siempre estuvo al servicio de la Revolución, también fue un multiplicador literario.

El momento más duro se registró con la caída de la Unión Soviética. La crisis energética, el desabastecimiento y el endurecimiento del bloqueo norteamericano relegaron la promoción cultural a niveles mínimos. La falta de papel restringió la publicación de libros y el cierre de la mayoría de las revistas. Apenas sobrevivieron Unión y Casa de las Américas.

LOS NOVÍSIMOS. Hacia finales de la década del noventa, el panorama literario de la isla se había cristalizado. El influjo del dogma de lo real maravilloso impuesto por Carpentier pasó a ser desoído por las nuevas generaciones que prefirieron refugiarse en un realismo urbano. Miguel Mejides, con Las perversiones en el Prado, y Reynaldo González, con Al cielo sometidos, son exponentes de esta nueva escuela. La suavización del gobierno permitió, también, que se desarrollara una temática tabú: la de la homosexualidad. Carlos Montenegro reeditó Hombres sin mujeres; junto a Jorge Ángel Pérez, con Fumando espero, retomaron la senda de Lezama Lima y Arenas.

En el centro de la foto oficial, continúan los fieles a la máxima de “todo dentro de la Revolución”. Se trata de la generación que hoy tiene alrededor de medio siglo, y está encabezada por Abel Prieto, el actual ministro de Cultura, seguido por Antón Arrufat, Guillermo Vidal, y Arturo Arango, entre otros.

A principios de los noventa, aparecieron los escritores novísimos, que recostados en la tradición realista de la literatura isleña, retomaron temas olvidados como la prostitución, la violencia, la miseria desmedida y la corrupción de gobernantes y dictadores. Ave y nada, de Ernesto Santana, o Tuyo es el reino, de Abilio Estévez. Pero quien llevó la marginalidad al extremo e hizo de ella una estética propia fue el exitoso Pedro Juan Gutiérrez, con su Trilogía sucia de La Habana desde las entrañas de Cuba, y Valdés, desde su exilio parisino. Detrás de ese arquetipo –que tiene algunos rasgos de literatura for export– se ubica Ena Lucía Portela con Cien botellas en una pared.

La última pelea cultural que sacudió a Cuba fue la que se desató en 2003, luego de que el gobierno realizara los juicios sumarísimos con condenas de muerte para tres secuestradores de una embarcación y penas de cárcel contra 75 opositores moderados, entre los que figuraba Raúl Rivero, un destacado disidente que se convirtió en el “poeta maldito” del nuevo siglo. Tras ese nuevo affaire, que a muchos les recordó el Caso Padilla, el premio Nobel José Saramago escribió un manifiesto cuyo título fue “Hasta aquí he llegado”, en el que retiró públicamente su apoyo al gobierno de Fidel.

Hoy el realismo urbano le ha descascarado el maquillaje a la utopía de la Revolución. La melancolía que supone el fin de una era se ha instalado como estética decadentista dentro y fuera de la isla. Cuba ha demostrado en cinco décadas las tensiones entre el Estado y los escritores. Como en muchos países de Latinoamérica, la industria cultural ha sido encorsetada por el poder real. Los escritores e intelectuales exiliados, humillados, asesinados, se convirtieron en estos 50 años en personajes obvios de un continente lacerado. La censura ha sido estatal y paraestatal, como en Colombia. El régimen castrista no ha sido una excepción. Pero hubo algunas diferencias. Como en ningún otro país de América Latina, el gobierno socialista ha promovido la producción cultural y se ha asegurado que sus resultados se extendieran social y geográficamente a todos los habitantes de un país.

Esa tensión, esa contradicción insalvable, es lo que mantiene vivo, aún, el debate intelectual acerca de la influencia de Fidel sobre la literatura de su isla.
Fuente: diario Crítica de la Argentina, 23 de marzo de 2008.

22 de marzo de 2008

Simultaneidad

Qué terrible estar frente a la página en blanco y querer decir mil cosas y buscar continuamente, vorazmente las palabras que de algún modo van comiéndonos de a poco si no consiguen apropiarse de un lugar en el soliloquio de las oraciones. Y queremos decir, sí, es necesario, y quizás el mundo no tenga interés en oírnos, hastiado ya de tanta frase vacía o contaminada la mente de tamaña explotación de información indiscriminada. Y frente a esto, ya nada pareciera ser realmente importante. Sin querer, nos acostumbramos a la soberbia de los medios, a tener amaestrados o domesticados nuestros sentimientos, a callar el grito profundo de resistencia a una realidad superflua y desgastada. Nos callamos, silenciamos, sin percatarlo, los gestos que en verdad apelan o disparan al corazón sincero. Y ocultamos los rostros de un sufrimiento, y aceptamos la máscara para los ojos y sus lágrimas. Espectros andantes, con saco y corbata, con jean y zapatillas, con celulares que nos trasponen cada vez más de realidades circundantes. Comunicación que mutila el diálogo, que es retórica, perpetuo discurso que es preciso pronunciar si no queremos que el tiempo y el mutismo nos estrangulen con su presencia insoslayable. Y no deseamos escuchar, y cuántos oídos, cuántos ojos rugen carenciados, indigentes y hambrientos de atención personalizada, de sensibilidad, de compasión, de aprecio en un hola-cómo-estás, qué-sentís-estás-bien. Aprendemos el saludo y la respuesta, normalizamos un estatuto de la conversación y nos apartamos del sujeto-otro que también vive, también sueña, también piensa y lucha cada minuto de su existencia por estar vivo y no abandonar nunca la fe que le susurra al oído no-estás-solo, alguien preguntará mañana por vos, y verás que tu soledad es compartida. Y así, con esperanza en el porvenir, nos divorciamos del presente, y por pretender ser dioses del instante, resulta que no estamos, o sí, estamos, existimos, pero no somos. El ser se reduce a una presencia ficticia en momentos triviales, donde la realidad se mide, se determina en números, en cabecitas que uno, dos, tres, cuatro, etc. estaban el día de mi cumpleaños; pero a ver, ¿y Fulanito?, ah, no, no vino, pero sí, éramos muchos, la pasamos-de-diez; sí, sí, estoy estudiando y trabajo; ah, claro, ¿y-vos-cómo-estás-todo bien?; pero entonces volvés a tu casa, a la soledad de tu cuarto, y estás con vos mismo, y dialogás con tu corazón, con Dios..., y de repente en una noche viste a todos y no pudiste estar con nadie. Y seguiste bailando y te reíste, y estás de nuevo en tu hogar y te levantás a la mañana, murió Terri Schiavo (la-dejaron-morir), y a los pocos días, Juan Pablo II se despide del mundo terrenal; cuántos especularon con sus muertes, cuántos viven a costa de otras muertes, a costa de la muerte de otros, los otros: tus hermanos. Sí, y así te desayunás con tres secuestros, familias destrozadas, la entrega de los Oscar, y Susana que vuelve a la tele, y Marcelo, porque cómo olvidarlo, Marcelo que, sí, tiene un nuevo programa, nuevo, dicen, y también es más de lo mismo. Pero qué-se-le-va-a-hacer si tantos viven (¿viven?) de comentar y publicar lo que aquéllos hacen o dejan de hacer. Y mientras, abajo, en tu vereda, un pibe con los dedos ateridos, con sólo mate en el estómago, emigra de calle en calle, pidiendo unos centavos para completar su deficiente breakfast y fastfood que te sirven en Mc Donald´s, el trabajo es por nueve horas, y hay días que te tenés que quedar más tiempo, sí, $600 por mes; claro, si yo con eso me arreglo lo más bien, y de ahí me voy para la facultad, tengo que sacar las fotocopias de Historia, el boleto del colectivo y no, no me alcanza… No alcanza para darle a todos los que piden en la calle; está la señora en la iglesia de la calle Santa Fe que siempre lleva un rosario en la mano y se sienta a leer, esperando que alguien le cubra su necesidad gastronómica del mediodía, aunque sea. Y únicamente te enterás de algunos acontecimientos, porque no es posible abarcarlo todo, no, cómo pensarlo siquiera; la realidad se nos escapa de las manos y de los ojos y, sin embargo, en pocos minutos pretenden que te devorés las noticias del día, y mientras, al mismo tiempo, varios seres humanos mueren quemados en un boliche céntrico, y también del otro lado unos hacen la “guerra santa” y Dios es un juguete de los hombres, porque ya no más el Hombre juguete del Destino o marioneta de los olímpicos; Dios es el niño concebido que, en nombre de la sacra ciencia, es encapsulado, estudiado y mutilado. Sí, sí, señores, Humanidad, estamos trabajando para poder prevenir enfermedades terminales futuras; no es manipulación, es tecnología, siglo XXI, progreso y bienestar para todos. Y te parecen gastadas aquellas palabras, cuánto horror en busca del afanado progreso humano. Y te das cuenta de que ya no tenés palabras puras, de que todas, o casi todas, están manchadas o laceradas, horadadas por significados y contenidos pútridos que les han inyectado, y que vos también malograste con ciertos movimientos de autómata social. Y te preguntás qué haremos; habrá que extirparles lo putrefacto, el acto podrido. Y es que ya estamos agobiados de discursos efímeros, las palabras han sido violadas, birladas de su belleza, ya no transmiten lo verdadero. Y entonces pensás que está todo perdido, y no, porque seguís hablando y escribiendo y continuás la carrera contra el tiempo y la devastación interior del ser humano, y con tu genio, con tu potencia creadora, te transformás en Adán y buscás tu Eva, o en Eva y buscás tu Adán, y das nuevo color a las palabras y las desteñís de ideologismos o prejuicios, para que sólo sirvan al mundo y valgan por ellas mismas, gérmenes de epifanía emocional y trascendente.

MBL

Inseguridad colectiva

Inseguridad colectiva, la gran masa de la seguridad ficticia. Vos en medio de la multitud, con una soledad consciente a cuestas que es dardo terrible para el alma. Ir y venir de vasos y cigarrillos, luces de todos colores, el humo que juega con los efectos visuales; ¿cómo estás-todo bien?, y el ruido ensordecedor-consolador. Ya no nos escuchamos, qué pena, seguiremos solos. Sabés que es mejor eso que pensar. La lucidez existencial, ese abismo al que evitamos caer, el precipicio que no queremos ver. Vital indiferencia, carencia-ausencia-esencia, conciencia-sapiencia-violencia en cadencia de presencias. Desligazón y ligazón sin raíces profundas. Tenebroso estrépito que sacude la estantería de las certidumbres vacías...

Planetas urbanos en el caosmos del sistema social, pequeños astros conectados por el beep satelital de un teléfono, en perpleja continuidad condicionada a los horarios de los cometas mayores que prescriben movimientos, direcciones, expresiones, decisiones, comentarios diametrales, bidimensionales respecto de la sucesión interior de los tiempos.

Y de pronto estás en un pub del Abasto, en el cumpleaños de una amiga, rodeada de gente que baila, grita, salta, y la música al mango por todas partes; sombras agazapadas, vociferándose, abrazándose, chocando vasos de cerveza, ofreciéndote una y vos que no, gracias, y sonreís. Impensadamente, ya hace media hora que hablás con él, que sutilmente se han conectado, no sabés cómo, no entendés sobre qué coordenadas específicas, con el taladro de los ruidos detrás, alguien, el tipo que tenés frente a vos, ha acertado la posición de una de las piezas del rompecabezas de tu ser. Y el encuentro se da entre frases aparentemente inconclusas, que en esencia configuran la escena de un momento efímero de cercanía. Los dos planetas se indagan, se miran, se huelen, se buscan entre las palabras que vuelan por las ondas del sonido estridente, y que con fuerza allanan el camino etéreo de las voces parra arribar sólo a tu oído, a tu corazón quizás, y guarecerse allí del sofoque exterior. Notás que la corriente de sus pensamientos te está horadando los sentidos, y sutilmente propicia un respiro para tu ansiedad y te sustrae de ese ambiente, y entonces son ustedes dos, y el resto del mundo no importa. No interesa, sino en la medida en que tendió un puente y sostuvo en su refugio a dos almas, en tanto que aquel confuso contexto los ligó de manera extraña, loca, y supiste con una mirada y una sonrisa que llegabas a una suerte de estación de salvación.

MBL

21 de marzo de 2008

Diario del Norte





Humahuaca, 8 de abril de 2007

Aquí también existe la pobreza. En Humahuaca, como en Tilcara, pero creo que más en la primera, los niños piden dinero a cambio de la recitación de una copla o venden platería y artesanías. La marginalidad es una nota cantante. A diferencia de la primera vez que vine, veo más puestos de venta de ropa y artesanías, tal vez porque sea Semana Santa. De todos modos, encuentro a Humahuaca tan linda y tranquila como aquella vez. No puedo evitar seguir sintiéndome a gusto, cerca de mi búsqueda, próxima a mis encuentros. Desde las escaleras del Monumento a la Independencia escribo estas líneas, frases itinerantes por estos senderos del mundo, donde el silencio y la música queda son los únicos protagonistas evidentes en la escena, junto con quienes viven en estos pagos norteños y quebradeños. Me gusta solamente permanecer aquí, el oído atento a los susurros de deseo y promisión. Muros que esperan y claman por una atención desinteresada pero franca, porque los montes hacen erupción de palabras y quieren plasmarse en espíritus sedientos o corazones exploradores. ¿Qué me trae de nuevo a estas tierras, qué me devuelve a ellas? Necesito, eso es lo único que sé, estar aquí y sólo dejarme encantar y alucinar por las piedras y los ojos ancestrales, abandonarme a siglos de sedimentación histórica pura y demandante. No creo en las casualidades. Llegué aquí movida por la inquietud. Una fuerza apabullante pero enérgica me condujo a la dulzura de tus murmullos, Humahuaca milenaria. Me invitas sólo a quedarme a tu lado, tranquila, y contemplarte sin fatiga, pero llena de ansiedad axial, libre de ataduras tecnológicas. Te exploro en tu sencillez y no puedo dejar de amarte así como eres.
Cuánta gente diferente llega al norte buscando quién sabe qué; cuántos ya se han instalado y han sabido hallar su hogar entre sus colores. ¿Alguien trabajará para esta gente oriunda de la Quebrada? ¿Qué significará el mundo, la verdad, la justicia o la libertad para ellos? El padre el sábado, en la misa de vigilia de Pascua, dijo que había que resucitar para la igualdad, para la libertad y para el compromiso; y les hablaba a ellos, y a mí, a todos. “El que quiera oír que oiga”. Cuánta sabiduría y profundidad en esa afirmación. Claro que somos iguales y hermanos, cualquiera sea el color o la cultura que nos abrigue, y no debemos avergonzarnos de ello, sino respetar la diversidad, sin vestigios de vanidad chauvinista.

Yavi, 9 de abril de 2007

Las palabras que la definen, al menos para mí, en el corto tiempo de mi estadía allí, son silencio profundo, noche inmensa, cielo abierto, las estrellas como ojos curiosos y plenos de luz. La tranquilidad y la quietud reinan en esta tierra escondida entre los cerros, a pocos kilómetros de La Quiaca. La consigna parece ser simplemente estar, permanecer, cada cual el tiempo que necesite. Si uno sabe mirar y escuchar, Yavi se muestra intensa en su sencillez y soledad. Una soledad a veces triste y resignada, a veces buscada y anhelada.
En Yavi Chico, tres niños nos llevaron hasta el cerro donde está escrito “Bienvenidos a Yavi Chico”. En realidad querían jugar. Nos iban a mostrar algo especial. El sendero conducía a los restos de un ritual de la Pachamama en el monte. Ellos jugaban a nuestro alrededor sonrientes; quizás habían esperado todo el día ese momento, para salir de una rutina monótona. Sus sonrisas, sus ojos inquietos y hambrientos, su ser en busca de algo más, como yo, que vine a buscar, movida por los latidos de mi interior. Nosotros pensábamos que nos llevarían a ver pinturas rupestres, tal como señalaba un cartel que había en aquella zona. Pero no, e igualmente lo disfruté. Había una magia lúdica en todo eso. Al finalizar, la pareja que nos alcanzó hasta allí en su auto les dieron unos caramelos y alfajores; nosotras, algunos centavos y un chupetín al más pequeño, el que más había llamado mi atención, por su alegría infinita, mientras íbamos a destino. Curiosamente, al regresar, su carita se entristeció de algún modo, como si la magia hubiera acabado o como si quisiera otra cosa, tal vez dar o ser más frente a estos extraños que lo seguían, que luego de horas mudas habían aparecido en su tierra.
Entendí que quizás esa imagen era o simbolizaba también la pobreza, que los niños continúan siendo los pequeñitos pedigüeños, los trabajadores obligados en su inocente niñez; que en nuestro norte, nuestra Jujuy, habitan ellos con ojos de misterio y llenos de presagios, y sus días a menudo transcurren en vagabundeos insensatos e indignos.
A las mujeres collas no les gusta ser fotografiadas y es absolutamente comprensible, puesto que no son animalitos ni objetos de exhibición. Es en este hecho tal vez donde se evidencia cierto choque o contraposición de culturas, cierta incomprensión mutua entre el que mira y el que es observado, que mina el posible diálogo o la anhelada conexión. Hay quizás una desconfianza ancestral hacia el “blanco”. Y pensar que somos todos de esta misma tierra, aunque para cada grupo la significación e implicancia de ese origen pueda diferir. Cuántas diferencias pueden crecer por la distancia entre pueblos y entre historias. En Yavi, como en otros lugares del norte, uno siente que el mundo frena su locomotora del tiempo y que un presente perenne se instala en el cuerpo y en todos los sentidos. Literalmente uno se desconecta del afuera, lo cual no siempre genera simpatía o agrado, por lo que se pueda ver o descubrir al penetrar en uno, por ese temor, pero que sin duda transporta a nuevos rincones inexplorados del ser. Allí la gente no parece (al menos no todos) meterse en política o en temas de justicia social y derechos; quizás no “saben” de ellos o no los conciben como “algo importante”. En Buenos Aires es tan distinto… Hace unos días yo leía el diario, veía las noticias y estaba metida en cuestiones actuales de la realidad argentina y mundial que me interesan e inquietan. Hoy casi no tengo contacto con la “tecnología” comunicacional, no siento esa invasión mediática y, en cambio, me encuentro cerca de otras problemáticas también actuales e igualmente relevantes. Pero es extraña la sensación, estoy desacostumbrada, y a la vez no me urge consumir esas cosas que abundan en la Capital.

Los ojos de Belén, esa niña eterna de Yavi, su risa y alegría infinitas me dejaron el mejor retrato de la inocencia activa, de la niñez furiosa y excitada, porque me es increíble vivir, saltar y jugar sobre una tierra milenaria y encerrada entre las montañas. Qué sencilla es la fraternidad con los niños; la conexión y el diálogo se dan sin prejuicios, porque sus espíritus están ávidos de descubrimientos, cargados de voluntad de ver, sentir, tocar y conocer. Por eso mediante el juego, liberador de prejuicios y ataduras mentales, dos seres desconocidos y ajenos uno del otro se asemejan y encuentran con naturalidad y total despojo. Me llevo esa esperanza de contacto, tentativa de diálogo visceral.

MBL

Poesía andina



Los ojos que miran al infinito, la estrellas que son espectadores de lo inaudito; vos estás en el camino absorbiendo distancias, consumiendo heridas de pasados incalculables, de presentes fortuitos. Tus pasos minan el horizonte de la frontera con la piel de la historia y sos testigo del despliegue de la belleza en forma de melodía inabarcable. ¿Hacia dónde va la mirada de tu semblante? Es preciso buscarte de lleno en los rincones, porque te ocultas entre persianas de dulzura étnica. No sé qué rostro tienes, sólo palpo tus huellas.

En la Quebrada de Humahuaca el silencio es quien gobierna y hay estallidos de luz multicolor en el paisaje de sus montañas. No es posible sentirse lejos del espíritu, pues todo se aproxima a las laderas del alma, a las orillas del sentimiento, y una música tibia y serena atraviesa mi eje, mi brújula quizás y me pierdo alegremente entre aquellas notas siderales y profundas de los espacios.

Callecitas de antaño y de siempre. Camino tus piedras y brota en mí la energía de la tierra. Y no puedo dejarlas, necesito olerlas, precipitarme en sus formas y esquinas sagradas, por donde los hombres han construido leyendas, y en donde alguna vez un niño derramó sus lágrimas o selló su inocente amor.

MBL (mayo de 2007)